21 de julio de 2015

Historias entrelazadas



Un mismo tren, dos vagones, dos mujeres, dos destinos.



Nieves, 45 años, funcionaria, madre, abuela y esposa. Cartera de vocación, y viajera de pasión. 

Me escapo a Pamplona, a pasear por la zona histórica y recorrer todas sus callejuelas, empapándome de sus rinconces, de su historia, de su gente. Paso el día caminando sin parar. He decidido tomarme unas mini-vacaciones para mí, para reflexionar, y para viajar, que es lo que más me satisface, lo que me evade de todo lo que amo y a su vez lo que me ahoga, mi familia y mi trabajo. 

De pronto mi paz se interrumpe por la llamada de Antonio, un amigo gallego con el que coincidí en una convención hace muchos años. Desde el momento que nos conocimos supimos que nuestra amistad no se rompería a pesar de la distancia o las obligaciones de cada uno. Charlamos durante un rato, y le cuento que estoy disfrutando de unas de mis excursiones, esta vez en Pamplona. Y me dice:
- Cómprate un billete de tren y vente para Vigo.

Ni lo pienso, me voy directa a la estación, a la ventanilla, y lo hago. El siguiente tren sale en una hora, lo justo para tomar algo rápido para comer y apearme. 

Mi vagón va casi vacío, por lo que disfruto del paisaje, de la paz y me adentro en mis pensamientos. Quizá durante un par de horas, algo más, permanezco sumida en mis divagaciones.

Un aviso por megafonía interrumpe mi calma, estamos llegando a Santander. Aprovecho para acercarme a la cafetería y tomar una infusión. Cuando justo me dispongo a coger el único taburete que queda libre en la barra, llega una mujer, y hace lo mismo. Nos miramos y nos reímos, al mismo tiempo. Siento que tenemos un vínculo, que la complicidad flota en nuestro ambiente, como si nos conociéramos de toda la vida. No sé si ella percibe lo mismo que yo, pero me dice si podemos sentarnos juntas en una mesa que queda libre en una de las esquinas de la cafetería, junto a la ventana. Accedo.

Empezamos a hablar. Ella, Alejandra, 47 años, mexicana de nacionalidad, estudiante universitaria de arte y viajera de alma como yo.  Su destino es Coruña, se dirige a una reunión con un artista retirado que quiere enseñarle sus obras.

Nos contamos nuestras vidas de forma resumida. No sé por qué, pero me cuesta menos contarle mis rutinas a una desconocida que a mis propios amigos. Y ella hace lo mismo. Al cabo de una hora aproximádamente, mi infusión y su café continúan intactos encima de la mesa, fríos, apagados.  

De pronto me comenta que una de sus profesoras le ha recomendado que vaya a visitar Bilbao, que le ayudará a desgranar fácilmente los entresijos del arte contemporáneo. Sin embargo, no conoce nada ni a nadie que le pueda orientar. 
- ¡Qué casualidad! ¡Yo estudié en Bilbao! -le digo-.


Por lo que le prometo que mientras continuamos con el viaje, le haré un resumen de lugares imprescindibles para visitar, esquematizado en cuatro días, los que tiene disponibles para recorrer la ciudad.

Estamos llegando a Orense, lo sé porque he hecho ese recorrido a Vigo en numerosas ocasiones. Intento cruzar al siguiente vagón, donde me espera Alejandra, pero la puerta no se abre, está bloqueada. Voy hacia el final de mi vagón, intento cruzar a otro, pero tampoco se puede. Los nervios me invaden. Me he comprometido con ella, pensará que no quiero ayudarla. De pronto noto un golpe peculiar, y escucho un "clic" profundo. ¡No me acordaba! Al llegar a Orense, los vagones se separan, nuestros destinos se separan. Me recorre una sensación de pesar y me entristezco.

Al llegar a Vigo, busco desaforada al acomodador del tren, y con lágrimas en mis ojos le cuento lo ocurrido.
- Tranquilícese, señora. Si usted quiere puede darme la nota para su amiga, yo se la facilitaré al conductor de ese tren mañana, porque coincidiremos en Lugo para un cambio de estación. Y seguro que conseguimos hacérsela llegar.

Gracias a Dios, aún queda gente solidaria, que ayuda solo por el hecho de ayudar, sin conseguir nada a cambio. Lamentablemente, en los tiempos que corren, especies en extinción.

Se la cedo, pero antes apunto mi dirección de correo electrónico, y añado un "Me encantó conocerte". 

Según salgo de la estación, ahí está Antonio esperándome. Nos abrazamos, y le cuento mi historia. Paso dos días con él, paseamos, hablamos, reímos, lloramos, pero mi mente sigue en Alejandra. ¿Habrá podido abrir mi nota?. ¿El acomodador habrá sido capaz de localizarla y entregársela?


Dos semanas más tarde, recibo un correo de una dirección desconocida. Al abrirla, está vacía, sin firmar. Pero lleva un correo adjunto. Me planteo eliminarlo (quizá sea spam - pienso), pero algo me dice que he que abrirlo. Solo hay una foto. En ella está Alejandra en la entrada del Guggenheim.

No dejo de sonreír.
Lo conseguí.


8 comentarios:

  1. ¡Qué historia más bonita! Me ha encantado ese encuentro en el tren. Genial. Un abrazo.

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    1. Muchas gracias María!!!! Me alegra mucho q te haya gustado.

      Besos

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  2. Hola. me encantó leer esta historia de tu viaje en tren a Galicia, mi tierra. Menuda casualidad y menos mal que al final hay gente dispuesta a ayudar y el e.mail te confirma que Alejandra llegó al Guggenheim. Una hostoria entrañable y con final feliz. Seguimos en contacto


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    1. Gracias por el coment, Marta.

      Tu tierra tiene mucho encanto para mil historias.

      Un beso

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  3. Precioso el encuentro , real como la vida misma y muy bien expresado ese vínculo que a veces te conecta con los desconocidos . Un logro

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    1. Muchas gracias Sara. Me hace mucha ilusión tu comentario.
      Un abrazo.

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