24 de julio de 2015

Escaparé de ti (Parte II)




Avancé con la espalda pegada a la pared, restregando mi cuerpo hecho jirones por la fachada. No quería mirar hacia atrás por si me encontraba con tus ojos. Continué sigilosa, durante unos metros. Se iba aproximando el final del edificio que estaba rodeando, y por consiguiente, saldría airosa de la plaza. Eso es lo que me obligaba a pensar a mí misma.

Algo captó mi atención debajo de uno de los soportales, por mi lado derecho. Una pareja de jóvenes estaba besándose fervientemente mientras se acariciaban con mucho mimo y delicadeza. Intenté hablarles, pero mi garganta no emitió sonido alguno. Así que fui aproximándome, lentamente. Al llegar a su altura, estiré mi mano todo lo que mi brazo dio de sí. Intenté rozar al chico, que permanecía de espaldas. La chica me vio, abrió los ojos desorbitados, y lo vi... temor, me temía a mí. Intenté explicarle con mi mirada que necesitaba ayuda, que no les haría ningún daño, pero no me entendió. Se separó unos centímetros de él, y comenzó a gritar despavorida. El chico se volvió, y con un paraguas rojo, que llevaba en la mano izquierda, sin pensarlo, se giró y me golpeó en las piernas. Sentí el golpe como un mazazo. Caí al suelo, aún apretándome el abdomen. Mis ojos seguían abiertos de par en par, en permanente alerta. Los vi alejarse corriendo. Ni siquiera se giraron hacia mí.

Debí de perder el conocimiento. Me desperté con un dolor inexplicable en el cuello, quizá por la tensión acumulada del momento. De pronto mi cerebro reaccionó, desconozco si por algún estímulo o por mi afán de sobrevivir. Tenía que incorporarme, estaba convencida de que habrías oído su grito y vendrías hacia mí. Lo sentí, lo supe. Apoyando todo el peso de mi cuerpo en mi mano izquierda conseguí despegar mi torso del suelo, pero continuaba sangrando, y el dolor se hacía cada vez más y más punzante. Oí un ruido metálico a lo lejos, así que me levanté lo más rápido posible. Respiraba con dificultad, creí desfallecer. Ya no tenía la convicción de vagar por un sueño horrible y tenebroso, o, por el contrario, vivir una realidad.

Me propuse continuar. Calculé que aún faltaban unos tres pasos para llegar a mi destino. Respiré todo lo hondo que pude, pero mis pobres pulmones no podían acompañarme y empecé a toser. Eso me fue debilitando aún más. Sentí que en el momento más inoportuno me iba a desmoronar. Levanté la cabeza hacia esa cúpula que tantas veces contemplé fascinada, y pedí a Dios que no me hubieras escuchado. Conforme terminé mi acelerada plegaria, bajé la cabeza, serena y me propuse alcanzar el asfalto.

Para poder cruzar de la Plaza Central a la carretera había un pequeño puente de madera.  Por debajo cruzaba un río poco acaudalado, pero donde iba con mi familia a refrescarme cuando era pequeña. Era un camino precioso por el que muchas personas caminaban. A ambos lados de la pasarela había árboles frondosos. Se olía la humedad desde varios metros de distancia. Lo peculiar era que para ser un sendero que me evocaba recuerdos tan bonitos, atravesarlo se me hizo interminable. Lo crucé, desgarrándome la planta de los pies con la madera astillada y ajada por los años. Tenía ganas de echarme a llorar, pero mi cabeza se mantuvo firme, llorar solo me dejaría aún más débil, y yo me sentía exhausta.

De pronto vi a los lejos unos faros acercarse. Sonreí, ¡estaba salvada! Me coloqué en el centro, esperando que el conductor me viera. Cada vez se acercaba más, y me entró pánico. ¿Ese era mi final? ¿Morir atropellada, después de haber escapado de ti? Los focos penetraban en mis pupilas, tanto, que no podía siquiera mirar. Por pura intuición me tapé los ojos con mi antebrazo izquierdo. La luz era cegadora. No quería descubrir el rostro de quién probablemente me quitaría la vida por descuido. Y de repente, oí un chirriar intenso, me había visto. Se bajaría del coche y me llevaría al hospital. Tenía fe en recuperarme.

El conductor o conductora permaneció en el vehículo. Fui bajando despacio el brazo hasta dejarlo a la altura de mi cadera. Me fui acercando, arrastrando las piernas como si estuviera inerte. ¿Acaso era un fantasma? ¿Existía realmente? ¿Tan sólo era mi imaginación?, o ¿Una desafortunada pesadilla? Me aposté junto al retrovisor, mientras la ventana iba bajando. Dentro había un hombrecillo mayor, con gafas, que permanecía con la boca abierta, sin a penas pestañear. Su mirada penetró en mis ojos. Permanecimos unos instantes en silencio sepulcral aunque para mí fue una eternidad. Dejó de observarme. Giró su cabeza leventemente hacia mi izquierda, y sin poder articular palabra, pisó el acelerador a fondo y desapareció en la penumbra. No me hizo falta volverme, sabía que estabas detrás. No me dio tiempo ni a asimilarlo cuando sentí un gran golpe en la cabeza. 

Desperté más tarde, quizá fueron horas, quizá minutos.  Notaba la boca ferrosa y un aroma a tierra fresca rozaba mi nariz. Fui parpadeando lentamente, con un esfuerzo sobrehumano, percibiendo un ligero murmullo a lejos. Era tu voz. Mi sangré se heló, balbuceabas algo sin sentido. Tu voz sonaba vidriosa, como si estuvieras borracho. Entonces te vislumbré en lo alto de una fosa, sentado en una vieja silla. En ese preciso momento, lo entendí, habías cavado para mí. Ese era mi final, mi vida estaba en tus manos. Tu decisión era enterrarme.

Te vi llorar como un niño, durante largo rato. Respeté tu silencio, hasta que empezaste a hablar:

- No era tu lugar. No deberías haber estado allí. El acuerdo con Fabio era algo meramente comercial, los dos solos. Yo le daba a la chica y él la vendería al mejor postor. Necesitaba dinero para poder traer a mi hija de vuelta conmigo. Cuando toda la transacción estaba prácticamente liquidada, percibí un olor de mujer, pero no era de la esclava. Olía a ropa limpia secada al sol. Me giré, y te vi correr hacia el coche. No tenía tiempo de ocuparme de ti, así que apunté tu matrícula mentalmente y seguí con lo que tenía que hacer. Él me lo dejó claro, -sin cabos sueltos-. Tardé tres meses en dar contigo. Es lo que había venido a hacer, cortar el cabo y desprenderme de él para siempre. Espero que mi hija nunca llegue a enterarse de esto, porque me odiaría por ello. Si hubiera acertado con el cuchillo no hubiéramos tenido que llegar hasta aquí, pero quisiste pelear. Hubiera preferido que fuera más sencillo.

Atisbé una botella, podría ser de bourbon. Y el reflejo de una pistola que tamboriléo en tus dedos.

-Mi niña o tú -dijiste-. Tomé una decisión.

Sentí una gota caliente rodar por mi frente. 

Todo se volvió oscuro.

6 comentarios:

  1. Muy bien, muy bien. Y muy bien resuelto. Me ha gustado leerte!!
    Gracias por compartirlo
    Besos

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  2. Esto está resultando muy entretenido. Me gusta, me gusta. :)
    Besos.

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  3. Te felicito. Suspense hasta el final. Me gusta.

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    Respuestas
    1. ¡¡¡¡Gracias!!!!
      Yo feliz de que te haya gustado.
      Besazossss.

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